La pérdida y el exorcismo


Texto para presentar  el libro Nunca tuve la vocación de  Ana Karenina, leído en la Segunda Feria del Libro de la Universidad Autónoma de Nuevo León, Monterrey, 26 de mayo de 2012.


Gabriela Cantú Westendarp


Nunca tuve la vocación de Ana Karenina de Marisol Vera Guerra (La Regia Cartonera, 2012) se divide en dos partes: “Horizontes” y  “Detrás de la piel rota”.  En cuanto a la forma, los poemas están escritos en versos de diferentes extensiones que se encadenan formando un ritmo que depende  de la tensión misma del contenido. El tono obliga al corte de verso, al uso de guiones o al recurso de las sangrías. Finalmente fondo y forma son uno solo. Pero hablemos de la temática que predomina y del tono que constituye el universo.
Uno de los hilos conductores del libro es la maternidad; a mi parecer es incluso el más fuerte. El poema que abre el libro es el que le da nombre “Nunca tuve la vocación de Ana Karenina”. El texto podría ser leído como un homenaje a la novela de León Tolstoi. Y en efecto es un homenaje, es también una pieza que despliega la paradoja que representa la maternidad. Pues si bien la maternidad, como dice Lou Andreas-Salomé, es un acto permanente de vida, conlleva una porción de pérdida. No se puede conquistar un reino sin perder otro.
Cito:
          Esta mañana dejé la juventud en casa
          colgando de una percha

Más adelante dice: 
          Ahora soy una mujer con estrías y leche en los pezones
          una mano que se acerca al cristal del sueño

Esta voz de una madre describe su desgaste en cuerpo y alma, un desgaste que es pérdida pero también ganancia, se gana experiencia, crecimiento espiritual. Dar vida la compromete a dar la batalla y paradójicamente la acerca a la muerte. La compromete  a no convertirse en material para la nota roja. Dar vida le genera un peso cuya carga agota y la lanza al desasosiego, pero sin la cual no tendría razones para vivir, o lo que es lo mismo, para escribir.
Cito:
          …es difícil saberlo con un niño en brazos
          las llantas del coche ancladas a la vía

Más adelante dice:
          como un ave así sería
          dejar este mundo
                              pero no

El escenario tolstoyano del primer poema se entreteje con el puerto de Altamira y de Tampico. Los poemas subsecuentes siguen desarrollando la dicotomía ganancia-pérdida en el fenómeno de la maternidad. La ciudad toma mayor presencia. El puerto con sus calles, sus tiendas de conveniencia, con sus índices delictivos y la fuerza de su mar. La ciudad hogar, la ciudad madre. La ciudad costera como gestora de vida, pero también de muerte (de nuevo la pérdida).
Cito:
          Hace un año colgaron aquí dos cadáveres
          una mujer      un hombre 
          las cabezas cubiertas por una sombra
          aún hiede su sangre pastosa
          humus    pólvora   mantequilla derretida

Me parece que, de manera muy sutil, la voz hace una analogía entre el cuerpo de la madre y la ciudad. Nos presenta la crudeza de la realidad: la muerte que nunca deja a la vida, ese círculo que gira y gira. La ciudad y la madre que no sólo generan vida. Nos presenta el horror de la ciudad cuyos habitantes pueden mutilar un cuerpo o colgarlo en uno de sus puentes. Y una madre cuyo cuerpo ahora tiene el vientre vacío y la piel maltratada.
Cito:
          Hazme nacer tulipanes en el pecho
           cantar en lo hondo de mi tumba
           …
           leche o tempestad

En otro poema dice:   
          Un ave acicalándose
                                   en la barandilla
           (su extraño resplandor)
           recoge tus plegarias: Tampico es una palabra oscura

La voz de la madre también llora la ausencia del padre. La pérdida se hace más grande.
Cito:
          Si vieras, mi amor, la gotera
          que se ha hecho en el baño
          la cicatriz de mi ojo a medio sellarse (o abrirse, es lo mismo)
          …
          El nene ya no moja las sábanas
          ayer preguntó por ti cuando veníamos por el puente
          mataron a dos     escuché en la ruta
          es cosa del diario
        
De este fragmento se desprende esta imagen de la madre educando y queriendo sola a su hijo, atendiendo los asuntos domésticos y las heridas. Al mismo tiempo nos ofrece la presencia de un sueño, o una serie de sueños no alcanzados. Este elemento está presente en todo el libro, por lo menos, en la primera parte de manera más contundente. Se podría decir que es otro de los hilos conductores. Entre más alta la subida más fuerte la caída. La idealización del amor, los sueños que se construyen alrededor del amor, que dicho sea de paso, también pueden ser en parte premoniciones, cuando se sopesan con la realidad, por lo general no empatan, o empatan de una manera distinta e incomprensible. Hay pues un extrañamiento, un pesimismo ante el universo que nos presenta Vera Guerra. Hay cierto grado de decepción.
Concluyo con lo siguiente.  Este libro es un libro que consigna una serie de pérdidas. Ante esto la voz parece decir o decirse, me refiero a la segunda parte, que para seguir adelante, para superar las pérdidas, es necesario olvidar, incluso guardar silencio. Cito: “¡Olvida!, es la consigna”. Sin embargo más adelante se contradice y reconoce que en la palabra está la recuperación de la memoria, me atrevo a decir que también una suerte de exorcismo.  
Cito:
          El libro como animal vivo, enjaulado entre las miradas
           el polvo      la exactitud de los espacios en blanco

Cito otro fragmento:
           El verso
           es mi impostura –lo que se derrumba
           y nace
          cubierto de vocablos

    

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