repoblación de la memoria

La revista de arte y cultura Anábasis, profundidad infinita, nació en el puerto de Tampico a fines de 2006. Los dos primeros números se editaron de manera independiente. La tercera entrega (número 1 de la segunda temporada) contó con la beca del Consejo Ciudadano para el Desarrollo Cultural de Tampico (2008). La travesía fue corta, con dignidad y belleza. Agradezco infinitamente a todos los artistas que, en los tres viajes, fueron parte de los espíritus peregrinos.
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Anábasis: texto de Sara Uribe, leído durante la presentación de la revista
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Trazar una ciudad es trazar un lenguaje. Toda ciudad es memoria acumulada en calles y esquinas, en edificios y plazas, en la penumbra de las siluetas o los rostros de quienes nos miran desde esas fotografías antiguas, imágenes permeadas por la humedad que no hacen sino atestiguar que alguna vez ahí, donde ahora lo otro, la distancia, ese tiempo intraducible. Toda memoria es viaje, trayecto que hacemos de los hechos o las cosas hacia las palabras, hacia la construcción de significados. Por eso la arquitectura del recuerdo es siempre ambigua, interpretativa: hermenéutica; lo que erigimos en torno a un suceso es siempre un hito personal, la crónica particular de nuestras vidas, sin embargo, de forma sincrónica, ese recuento de lo vivido al interior se encuentra vinculado de manera indeleble a uno más grande y colectivo, al que da cuenta del paso del tiempo en una urbe, al que nos convierte en engranaje de la urdimbre citadina.

Decir que la ciudad es el lenguaje de la memoria y la memoria navegación hacia uno mismo, no quiere decir otra cosa, sino que somos seres bifurcados entre lo efímero y lo permanente, entre el irse y el quedarse, entre la cornisa y el abismo. Todos tenemos la necesidad de alejarnos, dejar de ser, para ejercer luego la posibilidad del retorno. De ahí la anábasis. Esa travesía de las costas hacia el interior. Esa separación onírico-temporal entre alma y cuerpo. Esa ausencia del exilio que toda migración supone. Ese brumoso velo de una presencia paralela.

La anábasis que nos ofrece la propuesta editorial que esta noche se presenta, nos conduce, entre otras cosas, a evocar, a reinventar, a explorar los artificios de la memoria del Puerto que habitamos. De ahí la noción de repoblación, ese hacer nuestra la ciudad a través de la apropiación que el arte ejerce sobre la realidad. A eso es a lo que nos invita Anábasis, publicación cuatrimestral de treinta y dos páginas, que incluye diversos géneros literarios como ensayo, cuento, poesía, entrevista y reseña, además de su fotografía e ilustración. Su apuesta, al menos en este primer número de su segundo año, tiene que ver con una pregunta, con una invitación o en todo caso una provocación a que el lector sea capaz de edificar su propia versión de los hechos. Tú eres el cartógrafo, nos interpela Anábasis, para luego a bocajarro lanzarnos el siguiente cuestionamiento ¿Deseas reinventar Tampico?

Pero miremos bien, leamos entre líneas, no es ésta una interrogación simple o una proposición anodina, mucho menos si la complementamos con la pregunta con que Carlos del Castillo abre su texto ensayístico titulado Damero, cito: ¿Somos el lugar que habitamos? No es una cuestión sencilla, insisto, porque de contestar afirmativamente ambas preguntas, se deduce que reinventar Tampico, implica reinventarnos a nosotros mismos, y quién, seamos honestos, acepta así, de buenas a primeras, reinventarse, desdecirse, reconstruirse, es decir, dejar de ser para ser otro. El riesgo, eso es lo que me parece más atrayente de esta incitación a dos voces, el riesgo del que se embarca incierto, ese no saber hacia dónde nos conducirá la autopoiesis.

La apuesta indiscutible es por el viaje, por ello Anábasis consigue una coherencia tanto en su unidad temática y como en su propuesta visual. Travesía geográfica, onírica, histórica y existencial, en sus textos, Anábasis crea y recrea puentes hacia la evocación y la nostalgia por el pasado perdido, pero también por un futuro que se vislumbra apenas entre claroscuros.

Como parte de los aciertos editoriales de Anábasis, me gustaría señalar la pertinente selección de los escritores invitados, así como de sus textos. Una luz, un parpadeo / un invisible reflejo en los espejos ausentes, son estos versos de la Primera evocación, Lope de Vega 510, poema de Thelma Nava donde el instante suspendido en la memoria es ese edificio desierto inmune al tránsito de los relojes, ese lugar que refulge por inamovible, por incorruptible, por etéreo.

En abril la mar está siempre picada, así comienza Julio Pesina su cuento Variaciones sobre una canción de Luis Miguel. Aquí el viaje es hacia una playa, que bien podría ser la nuestra. Palapas, arena y cervezas, el pregón de los vendedores, bañistas que entran y salen del mar, gente que duerme o se hace un tatuaje, tríos norteños que entonan corridos y al fondo la bandera que indica qué tan picada está la mar. Aquí el viaje es con un humor que escuece como sol tampiqueño en la piel, característico del buen Pesina.
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Otro acierto de Anábasis es la multidisciplinaria reunión de creadores tampiqueños en torno a la entrevista titulada ¿Cuándo comenzó Tampico? Cito un fragmento de la introducción a la misma: Cuando un artista narra sus encuentros personales con su ciudad está hablando también de los hallazgos de los otros, de la proximidad y de la lejanía, del ahora y del ayer. De ahí la importancia de escuchar las voces, de atisbar en las miradas acuciosas de creadores como Arturo Castillo Alva, Jorge Yapur, Marco Antonio Huerta, Sandra Muñoz y Cresenciano Silva (mejor conocido como Don Chanito, del Trío Alegría Huasteca).

El Tampico personal, el de la memoria o la ficción de estos creadores puede ser, cito a Arturo Castillo Alva: un pequeño pueblo, sucio, caluroso, sitiado por el agua y por lo mismo aislado, a donde nunca podrá llegar el dorado barco del futuro. Pero también, cito a Marco Antonio Huerta: la herrumbre de puentes en desuso / el frente habitual del huracán / el lamento largo de los trenes y el saludo de los barcos a lo lejos / el chapo, que ya casi no, pero persiste / un viaje de regreso a una ciudad que ya no existe / la luz que sólo he visto aquí caer de esa manera.

Ese preguntar de Anábasis a los creadores artísticos nos deja a los lectores sus respuestas y sus dudas, pero también la oportunidad de preguntarnos a nosotros mismos: ¿Cuál es el Tampico más lejano que habita tu memoria? ¿Qué fragmento de Tampico jamás se desprende de ti? ¿Hacia dónde te conduce la palabra Tampico? Si tu fueses una fotografía de Tampico ¿qué rostro tendrías?
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Este preguntar y responde sobre Tampico, me recordó a su vez, otra publicación literaria editada en el Puerto hace ya más de una década y dirigida por Gastón Alejandro Martínez. Se trata de la revista El Bagre, que en marzo-abril de 1997, tituló su número dieciséis: Como una Venecia, Tampico, entre el olvido y la memoria. Dicho ejemplar reunía en torno a esta temática, las voces de historiadores, escritores y pintores, entre los cuales convendría destacar a Gloria Gómez, Juan Jesús Aguilar, Arturo Castillo Alva, Jorge Yapur, Arturo Medellín y Carlos González Salas, entre otros.

Fue de éste último en particular, del padre Carlos González Salas, Cronista Vitalicio de nuestra ciudad, de quien al leer la entrevista de Anábasis, evoqué un texto titulado Los fragmentos de una crónica de la memoria. Me parece importante citar aquí algunas de sus líneas, primero por tratarse de la escritura de quien nos ha referido la memoria de nuestra ciudad con mayor rigor, ahínco y generosidad; segundo, para efectuar una suerte de vaso comunicante entre aquélla y ésta publicación cuyos editores decidieron abordar el tema de Tampico a través de la memoria; y tercero, porque lo considero un fragmento de una gran belleza nostálgica; cito al Cronista Vitalicio: Mi infancia en el puerto, los días infantiles que se llenaron de pequeñas alegrías y pequeñas penas, de ires y venires, de sucedidos al parecer sin importancia, constituyen aquella isla de oro y luz inmarcesibles sumergida en el fondo del mar de la conciencia. He buceado en ese mar para rescatar tesoros olvidados entre algas marinas, en la corriente espesa del tiempo. Enlazados a la existencia y palpitaciones de esta mi natal ciudad de Tampico, juegos, sitios, rostros, aconteceres, fragmentos de una microhistoria que allí está, dormida en el pasado íntimo y que es necesario rescatar en fragmentos con miras a fabricar una crónica urbana del recuerdo.

Las imágenes del pasado son indispensables cuando de fabricar una crónica urbana del recuerdo se trata. Por ello considero también un acierto la inclusión de fotografías del Tampico antiguo para acompañar la entrevista antes citada. Tengo la fortuna de que parte de mi trabajo consista en estar contacto con esta clase de imágenes precisamente, pero no deja de asombrarme, y para ser precisa, no quiero que deje de asombrarme, el hecho de poder, a través de la fotografía, mirar desde nuestro siglo, desde nuestro tiempo, la imagen de un Tampico que fue de otros y que ahora nuestro. Ese Tampico en blanco y negro, con rostro a veces borroso, difuminado por la humedad y el polvo. Ese Tampico estático, robado al devenir. Me asombra pensar en esas siluetas que aparecen en las fotografías, en las personas que fueron y que ahora sólo ahí, en pequeños trozos de papel, en píxeles anónimos. Me asombra pensar que somos nosotros los que hoy caminamos esas calles, los que entramos al edificio de Hacienda, al Hotel Inglaterra, al edificio del ahora DIF, los que caminamos frente a Correos y Telégrafos, los que damos vuelta en cada una de esas esquinas del tiempo.

El último acierto de Anábasis al que haré mención, se refiere a su ilustración integrada por cinco tintas chinas de la pintora Angélica Gallegos. Conozco la obra de Angélica, al menos desde la primera exposición a la que asistí, Parasitismo Accidental, hasta la más reciente y última en Tampico, Paisaje y traducción. La obra de Angélica Gallegos, se distingue por ofrecer siempre una propuesta que provoca una cierta inquietud en el espectador, una suerte de desasosiego que lo conduce a la conciencia de la ruptura y a la resignificación de su entorno. Hablo de ese trazar a un mismo tiempo las entrañas y los bordes de las cosas; de ese decir entre la vigilia y lo onírico, entre el inconsciente y la voluntad, entre el pragmatismo y la utopía.

Las cinco tintas chinas que ilustran esta revista y forman parte de la exposición Paisaje y Traducción, están unidas por hilo conductor tanto formal como temático. La Lluvia negra y Los Pescadores, nos ofrecen imágenes cotidianas del Puerto transcritas desde una mirada que testifica y advierte: agua y riberas, lagunas y edificios, naturaleza y constructo. Por otra parte, en Limítrofe y Líneas arbóreas, la artista traza la distancia o la proximidad de las raíces, la urdimbre entre la pertenencia y las fronteras; el adentro y el afuera son instancias que se bifurcan y se confunden, pero en todo caso, nos conducen siempre a la evocación de las sombras, a una noción de búsqueda, traducción de lo que estamos siendo.

Reitero que es un acierto la inclusión de la obra de Angélica Gallegos en este primer número de Anábasis, no sólo porque temáticamente alude al Puerto, sino también porque considero que entre los artistas plásticos jóvenes de nuestra ciudad, la obra de Angélica se distingue y sobresale, por mucho, debido a la calidad y originalidad de su propuesta, pero sobre todo, al constante dinamismo y la capacidad autocrítica de su autora.

Ahora bien, creo que la mayoría de ustedes conoce la obra y quehaceres, de los responsables de los aciertos editoriales hasta aquí mencionados: Marisol Vera y Carlos del Castillo, los artífices de Anábasis. Un viaje emprendido por ellos hace ya tres años los conduce hoy al puerto de esta nueva publicación, y mi deseo, como lectora, es que su travesía sea larga y llena de vicisitudes editoriales que los hagan más expertos, más críticos y exigentes consigo mismos, más anhelantes de nuevos retos y aventuras. No les deseo atajos ni caminos fáciles, porque no suelen ser así los traslados cuando se trata de viajes que puedan llamarse periplos, y lo que yo le deseo a Anábasis es un largo periplo no sólo en el Puerto sino hasta donde la fuerza de su lenguaje y sus palabras los interne.

Quienes han seguido la historia de las publicaciones literarias en Tampico, estarán conscientes de que todas ellas tienen un cierto periodo vital. Nacen, se distribuyen y mueren. La esperanza o al menos el consuelo, es que durante ese trayecto, alguna de ellas haya tenido la suerte de encontrar un par de ojos lectores. Las revistas literarias, como todo, como todos, están más bien destinadas a morir más temprano que tarde. Ya se saben las causas: la escasez de recursos, de lectores e incluso de colaboradores que nutran sus páginas con textos inéditos. Pero creo que a quienes les interesa y son capaces de editar y publicar una revista, ese hecho poco les importa, quizá por la misma razón que todos nosotros, aunque sabemos que somos mortales y estamos ontológicamente condenados a la finitud, nos empeñamos en disfrutar lo efímero de nuestra existencia, mientras dure.

Anábasis circulará sin aranceles en esta ciudad, que a decir de Carlos del Castillo se muestra a veces como esa bestia de nubes rojas en la refinería, el manglar muerto de la laguna, el moho, la mancha negra de los edificios del centro, la inundación / ese frescor de humedad que expele el frío / El Habitar entre aguas / El silencio imaginario de la sal.

No me cabe la menor duda, trazar un lenguaje es trazar una ciudad. Seamos a través de Anábasis, los repobladores de la memoria de un Tampico reinventado, propio.
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Tex.
Bienvenida, a cargo del equipo editorial
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En noviembre de 2006 un grupo de jóvenes artistas emprendimos, en el corazón de Tampico, un sueño de anábasis, una expedición al mundo del espíritu. A través de 16 páginas, con un selecto bagaje de ensayo y poesía, cruzamos “Las fronteras del sueño” para llegar a nuestro ignoto destino: el ojo lector. En enero de 2007 “Otro espejo de la realidad” nos vio peregrinar nuevamente por los senderos de la imaginación. 32 páginas fueron el marco donde la Letra grabó sus imágenes, delicadas orlas de espuma en que flotaban incisivos peces de tinta.

Esas dos ediciones fueron el fruto de una idea madurada en las postrimerías del verano de 2006. Integramos la columna vertebral de la revista Marisol Vera, compulsiva pluma forjada en el Seminario de Escritores Argos; Carlos del Castillo, novísimo escritor que recientemente se había incorporado a las voces literarias del puerto; Mariel Martínez, radiante saeta que ya perfilaba un lance profesional; Iris Arvizu, teatrista de lúdicas ensoñaciones, y Sergio Ceja, músico y compositor autodidacta.

Nuestra segunda entrega se enriqueció con cuento y entrevista, y se añadieron, como invitados, otros autores.

A dos años de distancia de aquellos viajes tomamos de nuevo la brújula y el catalejo y, abandonando el cuerpo en el silencioso humus, permitimos que el alma se mueva libremente por las rutas del pensamiento y la fantasía.

En el cumplimiento de uno de los principales objetivos de todo gobierno, promover la cultura y proyectar a sus artistas, el Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes, a través del R. Ayuntamiento de Tampico y el Programa para el Desarrollo Cultural Municipal, ha subsidiado el primer número de Anábasis, profundidad infinita, en su segunda temporada, mismo que ahora tienes en tus manos.

Mantenemos firme nuestra visión original, abrir una puerta a los creadores locales, especialmente a las nuevas generaciones: poetas, músicos, teatristas, escritores, artistas plásticos y todo espíritu sensible que pueda aportar algo valioso a esta quijotesca empresa.

Bienvenido, lector, a las páginas de Anábasis, profundidad infinita. Te invitamos a beberte sus letras, cada cuatro meses, a través de las puertas córneas del Sueño.
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Un mapa silencioso de Tampico: mensaje editorial, por Marisol Vera
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Abrimos las páginas de Tampico porque nos gusta como retumba su nombre, húmedo y turquesa, en la ribera de nuestros labios. Escribimos sobre este puerto que nos vio nacer o que, por el afán de un hado misterioso, nos adoptó en alguna hora extraviada, porque sus plazas, camellones y gatos le cuentan al Atlántico encantadoras y sórdidas historias de mundos subterráneos.

Mientras tus ojos arponean este breve texto, los espíritus viajeros vamos navegando, letra a letra, los pensamientos de los barcos apolillados, de las esquivas ratas, de las nubes hinchadas de fuego, de los ebrios y las doncellas que abrazan la tempestad.

No es éste un nostálgico y apasionado intento por “rescatar la cultura”. El Tiempo y la Naturaleza no necesitan nuestros favores. La cultura está viva siempre. Somos nosotros quienes morimos por dentro al darle la espalda.

Podemos negar nuestras raíces y nuestra historia como le negamos al espejo los jirones de juventud que nos arranca por las noches, pero, así como nuestra piel revela el agudo movimiento de Cronos, brotan los signos irremediables del Origen en todos los rincones de nuestra carne.

Mi Tampico y el tuyo no son el mismo. Cada uno de nosotros, en secreto, construye a su paso un pueblo íntimo, privado, que nadie más conoce, y dibuja en la corteza de sus calles un mapa silencioso de relámpagos, ternuras embotelladas y pájaros de polvo.

Tú eres el cartógrafo. ¿Deseas reinventar a Tampico?
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Damero: ensayo de apertura, por Carlos del Castillo
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¿Somos el lugar que habitamos? La Ciudad es una herramienta encargada de moldear nuestro cuerpo –amorfo–, proporcionando elementos en la periferia para la propia construcción. Considerando la tardía desvalorización del Nosotros, que ha desplazado al Yo, podemos decir que La Ciudad mantiene ese carácter con visión alejada, como cuando se ve por el telescopio. Pero, también, está esa parte que gira concéntrica muy por debajo de la piel, la cual posee un nombre pronunciado por otras bocas y un rostro (que podríamos decir, o decimos) único.

La Ciudad, se muestra a veces como esa bestia de nubes rojas en la refinería, el manglar muerto de la laguna, el moho, la mancha negra de los edificios en el centro, la inundación.

En sus tantas figuras que tiene, La Ciudad, debería de ostentar esa cualidad de ambidiestro, para así caminar por sí misma sonriendo y saludando a los que en ella residen. Debería de oler sus calles, que cada vez son más; tocar la cara de su gente, que cada vez es más; ver por encima de los edificios, ya vencidos, sin vida, argamasa herrumbrosa. Pero La Ciudad también se viste de azul por momentos. Ese frescor de humedad que expele el frío. El Habitar entre aguas. La cadencia, el ruido motor de los vehículos en tránsito. La manta gris, el norte que cabalga. El silencio imaginario de la sal.

Desconozco las razones por las cuales Hipódamo de Mileto realizó el primer diseño urbanista en el puerto de El Pireo, en Atenas, tal vez la actividad comercial o, seguramente, necesidades de planeación para la demasía de individuos que transitaban por aquel lugar. Y me imagino al arquitecto griego pensando en una solución lo más lógica y expedita, trazando mapas invisibles sobre el terreno, entonces inasible –sólo parte de un paisaje que no venía a más. ¿En ese momento los atenienses se habrán percatado de que alguien, tal vez desde lo alto, o en un gabinete, diseñaba sobre sus cabezas una cuadrícula translúcida, una estructura que podría dividirlos en dos partes, separarlos de sus otros, destruirlos?

Constantemente La Ciudad, como muchas otras, muta, siempre sobre sí misma. Construida. Tomada. Saqueada. Formada. Levantada. Edificación sobre edifica-ción. Promontorios superpuestos en los límites de la memoria, repoblada. La Memoria, testigo precario, refulge en nuestro paso, con el día a día; caminando por este boulevard se olvida y se retorna, infatigable, a Las Ciudades que otros nos han escorzado, a esos distintos sitios donde el aire circulaba en sentido contrario, donde las piedras eran de colores rojizos, donde los estanques apestaban, donde habitaban los perros de agua. Y esas Otras Ciudades, actores disfrazados de reptiles, cumplen con un propósito encomendado por los tantos ojos –Argos Panoptes– que exhibe La Ciudad.


Se lanzan, entonces, líneas hacia una dirección cualquiera. Abriéndose en abanico, radiales, reticulares. El trazado Hipodámico[1], que es el lápiz mental, reducido a grafito sobre nuestros hombros, aboceta el mapa del Ser (o del yo pienso que), la órbita circundante. La Ciudad se torna, sobre nosotros mismos, sobre mí. Y, Nosotros, ahora creamos la Ordenación del Terreno, las reglas del damero. Miles de Ciudades nacen sobre el cuerpo de Ío. Bajo todos los ojos. Ese ojo, el cual, sabio, nos permite reconsiderar cada una de nuestras facciones frente al incólume reflejo. Reconsiderarnos escombro, edificios de polvo, ruinas inminentes.


ARTÍCULO 108. Ruina inminente. -1. Cuando la amenaza de ruina inminente ponga en peligro la seguridad pública o la integridad de un inmueble afectado por declaración de Bien de Interés Cultural, […] se podrá ordenar el inmediato desalojo y apuntalamiento del inmueble.[2]
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[1] El trazo Hipodámico es el plano urbano que organiza el diseño de las calles en ángulo recto, creando manzanas (cuadras) rectangulares. (N. del A.)
[2] Muñoz Amor, María del Mar. Código de Urbanismo. España: El Consultor. 2006. P. 75
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