Del poemario Crónica del silencio. Letras de Pasto Verde. Colección El Celta Miserable. Proyecto coordinado por el poeta Mario Islasáinz. Orizaba, Veracruz. 2009.
No somos nuestros enemigos.
Y estamos en el umbral de los ángeles
para encontrar de nuevo su sonrisa.
Thelma Nava
I
Te masturbabas pensando en los ángeles,
esos eunucos
atrapados en el papel secante de las noches infantiles.
Habías encontrado el Paraíso
en aquel viejo libro que tu padre guardaba en el buró,
junto a la radio de bulbos, cerca de la ventana
roída por los pájaros.
El aire, mosca borracha y temblorosa,
se quedaba pegado a las letras
en la humedad de mayo.
Ahí agitaste por primera vez la suave lujuria
de tus años mozos, la leche mansa de las palabras,
el hilo púrpura de una estrella, su cuerpo de ave,
de sirena o de molusco.
Ahí aprendiste a dibujar tu nombre
en una pared sin rostro, años y años
adheridos al hueso de las tribulaciones.
Pero los ángeles
se fugarían
de las páginas donde tu padre los había encerrado.
Una tarde,
simplemente, como polvo de mar, sin explicaciones.
Te pasarías la vida buscándolos
en la penumbra de todas las iglesias,
la claridad de todos los burdeles, en cada forma de muchacha
al declinar el Sol,
cada volumen de las bibliotecas de Tampico
–por si Dios había fotocopiado sus retratos–,
cada oficina del tiempo en la memoria de los días
...............sin hallar
nunca
nunca sobre la Tierra................el silencio de sus miradas.
Te masturbabas pensando en los ángeles,
esos eunucos
atrapados en el papel secante de las noches infantiles.
Habías encontrado el Paraíso
en aquel viejo libro que tu padre guardaba en el buró,
junto a la radio de bulbos, cerca de la ventana
roída por los pájaros.
El aire, mosca borracha y temblorosa,
se quedaba pegado a las letras
en la humedad de mayo.
Ahí agitaste por primera vez la suave lujuria
de tus años mozos, la leche mansa de las palabras,
el hilo púrpura de una estrella, su cuerpo de ave,
de sirena o de molusco.
Ahí aprendiste a dibujar tu nombre
en una pared sin rostro, años y años
adheridos al hueso de las tribulaciones.
Pero los ángeles
se fugarían
de las páginas donde tu padre los había encerrado.
Una tarde,
simplemente, como polvo de mar, sin explicaciones.
Te pasarías la vida buscándolos
en la penumbra de todas las iglesias,
la claridad de todos los burdeles, en cada forma de muchacha
al declinar el Sol,
cada volumen de las bibliotecas de Tampico
–por si Dios había fotocopiado sus retratos–,
cada oficina del tiempo en la memoria de los días
...............sin hallar
nunca
nunca sobre la Tierra................el silencio de sus miradas.
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