Tiempo sin orillas, de Marisol Vera

Reseña del libro Tiempo sin orillas (Voces de Barlovento, 2009).
Por Alixia Mexa
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Predicar bajo la razón de que la existencia precede a la esencia, filosofía del Existencialismo de Gabriel Marcel, es una autentificicacion de esta poesía que se plasma en cordialidad con la encarnación misma del objeto, es decir, lo esencial permanece, aparece, sea cual sea la forma, en el tiempo sin orillas, sin manecillas, sin medidas, sin granos de arena.

Un ciclo aparentemente frío, desde la bidimensional formula ser, hacer, pero… ¿qué se hace, finalmente, con la existencia?

Ontológicamente se revierten los versos hacia un dilema no escrito, hacia unas palabras asequibles, condicionadas a una raíz húmeda que sostiene el caos y el orden del universo, si acaso se toma como entidad existente. ¿Porque acaso son los ojos, es la inteligencia, es la profundidad verdaderamente algo perteneciente a Marisol, a sus manos, a sus actos? Evidentemente, ahora todo le pertenece a ella, a nadie más; es ella y su gran camino recorrido por el cosmos del universo, que en su gran generosidad, nos comparte.

Bajo la premisa de identidad que todos alguna vez buscamos en el camino del infinito, se esboza la raíz de un personaje legítimo, de un ser solar indescriptible, pero en ese género de luz se humedece su esencia con la presencia de lo invisible, de lo no táctil: Los caminos se llenan de fantasmas / en las carnes de otro tiempo, / y entre tumbas memoriosas, yo soy uno de ellos.

Es una disección del espacio que lo vuelve atemporal, habitable en cierta época.

El tiempo de Marisol es un tiempo que por cualquier circunstancia ya signó todos los caminos, porque vuelve a tropezar con la vida aparentemente ya vivida, porque… como apunta Gabriel García Márquez: “La Vida no es lo que uno vive, sino lo que uno recuerda”.

Con toda la agudeza de sus líneas, matizadas de una espectacular frescura, juega a decir que ama la vida, que ama su pasado, que ama su sombra, que ama sus recuerdos… lo que fue, es y será lo ama exuberantemente:
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En mis manos corre sangre verde como el musgo,
Sangre salvaje como nenúfar amazonio,
Sangre de todas las razas como prisma terreno,
sangre de todos los pueblos,
todas las juventudes y ocasos.
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Sensaciones de un antes y un después en el universo, en todas las formas, en todas las esencias de los ríos de las eras, en esa transformación a través de una magistral regresión a través de la conciencia… del olor a la vida, con los ojos situados en un malecón al margen de los mares, de los desiertos, de las montañas, de las selvas, de los volcanes, desde donde se origina su sensibilidad y profundidad creadora: “Todo fuéme revelado, antes que tuviese rostro la palabra”. No hay necesidad de agregar más.
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Ciudad Jiménez, Chihuahua, abril de 2011

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