texto leído durante la presentación del tercer número de Saloma. Letras entre ríos. Casa de la Cultura de Tampico. Mayo de 2007
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En las fronteras de la realidad, mientras mayo cede su trono de luces a un caluroso junio, Argos eleva su quinta Saloma: setenta y dos oleajes van y vienen por el océano de los mitos. En esta nueva travesía nos acompaña Thelma Nava, incansable buscadora de belleza, cómplice del Atlántico y de su atardecer naranja.
¿Qué puedo decir sobre esta extraordinaria mujer que ha repartido las horas de su existencia entre el ejercicio literario y el amoroso cuidado a su familia? Año con año nos regala su presencia para recordar, con nosotros, a su gran compañero, Efraín Huerta. Algunos de ustedes han compartido con ella una charla, un paseo, una tarde perfumada con silencios.
Yo sólo he tenido el placer de saludar a Thelma un par de veces. Me he acercado a su vena sensible a través de sus poemas y de una breve pincelada biográfica. Me siento identificada cuando se describe a sí misma como una niña y adolescente solitaria que aprende a crear su propio mundo. Su voz acude a mi encuentro, firme, nítida, como un barco de presencias que surca las aguas de la memoria y del olvido en pos de la eternidad. Sus líneas me han hecho sentir, a veces, como una doncella desnuda en espera del alba o una flor secretamente bañada de penumbra. Dice la poeta en La orfandad del sueño:
.................... Regreso de los sueños que se inclinan
.....................cada noche a recoger violetas.
.....................De tardes que se juran la lluvia a perpetuidad.
.....................De palomas que se adelantas a los acontecimientos.
En estos líricos paisajes brota el amor, no como la resignada contemplación de algo abstracto, sino como la ardiente batalla en que se combustiona el mundo.
En otras ocasiones la letra, fuertemente empuñada con sangre, me hace vivir tiempos en que mis células no existían, oscuros retratos de hombres y mujeres a los que desterró de sus páginas la Historia. Aquí dan testimonio la mano y el ojo del ser preocupado por sus hermanos y comprometido con su pueblo:
......................Tlatelolco es una pequeña ciudad aterrada
......................que busca el nombre de sus muertos.
......................Los sobrevivientes no terminan de iniciar el éxodo.
......................Pequeña ciudad fantasma, húmeda y triste
......................a punto de derrumbarse si alguien se atreviera
......................a tocarla nuevamente.
Sigilosa, me acerco a la poesía de Thelma Nava. Camino despacio en atmósferas de papel y lluvia, sin saber como hablarle a la Soledad que descubro entre pasos circulares, algún sabor amargo, un par de sombras dulces y fantasmas de nieve. Al centro de una página se yergue, conciso y agudo como una torre de ajedrez, un poema dedicado a Luis Ignacio Helguera: “En el límite”, puente hacia el amigo, el escritor, el hombre salvaguardado a través de la memoria.
Cautelosamente, con la delicadeza de un jardinero y la exactitud de un cirujano, Thelma va deshilando el finísimo tejido de la realidad. Justo al borde se detiene a preguntar qué escucharon los silentes espejos. No me cabe duda: es a mí a quien le habla; también a ti, silencioso espectador que contemplas este escenario… La indagación poética nos da de lleno a los dos, y a la dama de ojos expresivos junto a la puerta, y al joven que bosteza mirándose las rodillas; al que olvidó asistir hoy, al que no quiso venir, al vagabundo que pasa de largo este recinto… Nosotros somos cada poeta muerto, cada sendero truncado por la tragedia y cada sueño que renace de la Letra.
¿Qué puedo decir sobre esta extraordinaria mujer que ha repartido las horas de su existencia entre el ejercicio literario y el amoroso cuidado a su familia? Año con año nos regala su presencia para recordar, con nosotros, a su gran compañero, Efraín Huerta. Algunos de ustedes han compartido con ella una charla, un paseo, una tarde perfumada con silencios.
Yo sólo he tenido el placer de saludar a Thelma un par de veces. Me he acercado a su vena sensible a través de sus poemas y de una breve pincelada biográfica. Me siento identificada cuando se describe a sí misma como una niña y adolescente solitaria que aprende a crear su propio mundo. Su voz acude a mi encuentro, firme, nítida, como un barco de presencias que surca las aguas de la memoria y del olvido en pos de la eternidad. Sus líneas me han hecho sentir, a veces, como una doncella desnuda en espera del alba o una flor secretamente bañada de penumbra. Dice la poeta en La orfandad del sueño:
.................... Regreso de los sueños que se inclinan
.....................cada noche a recoger violetas.
.....................De tardes que se juran la lluvia a perpetuidad.
.....................De palomas que se adelantas a los acontecimientos.
En estos líricos paisajes brota el amor, no como la resignada contemplación de algo abstracto, sino como la ardiente batalla en que se combustiona el mundo.
En otras ocasiones la letra, fuertemente empuñada con sangre, me hace vivir tiempos en que mis células no existían, oscuros retratos de hombres y mujeres a los que desterró de sus páginas la Historia. Aquí dan testimonio la mano y el ojo del ser preocupado por sus hermanos y comprometido con su pueblo:
......................Tlatelolco es una pequeña ciudad aterrada
......................que busca el nombre de sus muertos.
......................Los sobrevivientes no terminan de iniciar el éxodo.
......................Pequeña ciudad fantasma, húmeda y triste
......................a punto de derrumbarse si alguien se atreviera
......................a tocarla nuevamente.
Sigilosa, me acerco a la poesía de Thelma Nava. Camino despacio en atmósferas de papel y lluvia, sin saber como hablarle a la Soledad que descubro entre pasos circulares, algún sabor amargo, un par de sombras dulces y fantasmas de nieve. Al centro de una página se yergue, conciso y agudo como una torre de ajedrez, un poema dedicado a Luis Ignacio Helguera: “En el límite”, puente hacia el amigo, el escritor, el hombre salvaguardado a través de la memoria.
Cautelosamente, con la delicadeza de un jardinero y la exactitud de un cirujano, Thelma va deshilando el finísimo tejido de la realidad. Justo al borde se detiene a preguntar qué escucharon los silentes espejos. No me cabe duda: es a mí a quien le habla; también a ti, silencioso espectador que contemplas este escenario… La indagación poética nos da de lleno a los dos, y a la dama de ojos expresivos junto a la puerta, y al joven que bosteza mirándose las rodillas; al que olvidó asistir hoy, al que no quiso venir, al vagabundo que pasa de largo este recinto… Nosotros somos cada poeta muerto, cada sendero truncado por la tragedia y cada sueño que renace de la Letra.
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Con pulso decidido Thelma Nava se adentra en la zona más íntima del corazón humano: esa hoguera preñada de soledades, fotografías, relámpagos y jazmines. Avanza por las calles de la Vida, con la mirada profunda de quien jamás pierde su capacidad de asombro, y en su propio espejo busca las antiguas raíces, los enmascarados instintos, el vértigo mental, aquello que nos convierte, a cada uno de nosotros, en un espléndido animal que resuena por la noche.
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Dejo que mi piel navegue un rato en la textura de los símbolos. Veo la tinta fluir a un ritmo pausado. El verso final me conduce por largos pasillos de incertidumbre, entre solitarias cúpulas de sed y puertas que aletean como pájaros de sangre viva. Cierro los ojos y vuelvo al principio. Estoy de nuevo en la primera línea del Poema.
Empiezo ahora, estremecida por el eco de mi propia voz, a recorrer las calles líricas de ciudades y tiempos lejanos adonde Thelma me traslada sólo para decirme que ya todo está contenido en la impermanencia. Cuando seguimos el trayecto a Amalfi me siento transportada a las lecturas de mi niñez, a las tierras imaginadas y nunca vistas por la niña que fui y sigo siendo. Las calladas imágenes parecen anticipar una erupción volcánica, el derrumbe de los sentidos y el origen de un silencio inagotable.
Observo una dialéctica sensible: los textos son equilibradas construcciones donde ocupan su espacio justo la lógica, la melancolía, las pasiones y el asombro. ¿De qué profunda vivencia brotan las esperanzas de esta mujer que hace frente a su condición de río en un mundo siempre en movimiento? Su escritura es, ante todo, una búsqueda, un oculto deseo de trascender los límites de la Palabra, quizá para nombrarla de otra manera y echarla a volar en el pensamiento, con otra forma.
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Empiezo ahora, estremecida por el eco de mi propia voz, a recorrer las calles líricas de ciudades y tiempos lejanos adonde Thelma me traslada sólo para decirme que ya todo está contenido en la impermanencia. Cuando seguimos el trayecto a Amalfi me siento transportada a las lecturas de mi niñez, a las tierras imaginadas y nunca vistas por la niña que fui y sigo siendo. Las calladas imágenes parecen anticipar una erupción volcánica, el derrumbe de los sentidos y el origen de un silencio inagotable.
Observo una dialéctica sensible: los textos son equilibradas construcciones donde ocupan su espacio justo la lógica, la melancolía, las pasiones y el asombro. ¿De qué profunda vivencia brotan las esperanzas de esta mujer que hace frente a su condición de río en un mundo siempre en movimiento? Su escritura es, ante todo, una búsqueda, un oculto deseo de trascender los límites de la Palabra, quizá para nombrarla de otra manera y echarla a volar en el pensamiento, con otra forma.
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La colosal presencia del Vesubio en los acantilados del alma. La reflexiva pluma sondea los abismos existenciales. No cae por la borda. Una firme raíz la sostiene y alimenta: el amor, privilegio de quienes hacen un elevado ejercicio de la inteligencia y, a pesar de los duelos y vaivenes cotidianos, agradecen a la Vida sus bondades.
“Mi patria espiritual –dice la poeta– son mis hijas y nietas, mi pequeña familia desperdigada por el mundo y mis amigos más entrañables”. No es usual en nuestra época, sumergida en el aliento de las máquinas, la orientación biófila. Thelma reconoce el dolor como parte de la corriente vital y lo transfigura en belleza.
No hay duda: ella sabe en lo profundo de sus células que yo la leo; que tú, al observarme leer, sentado en la silla nocturna eres parte de los signos y las huellas de este fugaz minuto.
“Mi patria espiritual –dice la poeta– son mis hijas y nietas, mi pequeña familia desperdigada por el mundo y mis amigos más entrañables”. No es usual en nuestra época, sumergida en el aliento de las máquinas, la orientación biófila. Thelma reconoce el dolor como parte de la corriente vital y lo transfigura en belleza.
No hay duda: ella sabe en lo profundo de sus células que yo la leo; que tú, al observarme leer, sentado en la silla nocturna eres parte de los signos y las huellas de este fugaz minuto.
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