1
Llegaron
al jardín con sus hachas afiladas. No son de nuestra especie, dijo uno. Carecen
de alma y de razonamiento, dijo otro.
Las hojas de acero se elevaron al unísono
frente a los cuerpos que habían de ser cortados. Pedazo a pedazo fueron cayendo
en el suelo. Ni un solo grito, ni un pequeño gemido brotó de aquellos labios macizos
y apretados. En menos de una hora torsos, piernas y cabezas se amontonaban en
el pasto.
Ellos
dejaron caer las armas. Se acicalaron la fronda con sus ramas.
Sobre la tierra teñida de rojo las
aplanadoras empezaron a hacer su trabajo.
2
El
hombre despertó. Una rama del nogal que estaba talando debió haberlo golpeado y
al desmayarse tuvo ese extraño sueño.
¿Qué hacía en esa cama de hospital?, ¿cómo
había llegado ahí? Miro la página a punto de desprenderse del calendario. ¡Pero
cuánto tiempo había dormido! Se deshizo de los tubos de hule que, como arañas,
penetraban sus carnes. Salió a la calle y se echó a correr hacia la arboleda.
3
Han
construido un bello edificio de ventanas amplias, con un patio enfrente.
Jardineras blancas con flores de plástico rodean una fuente de mármol. Dos
muchachos platican en sus orillas. Parecen estudiantes de economía –las gafas
como a medio construir, una forma oblicua de sostener sus libros.
Un grupo de niños juega cerca. Uno de ellos
ha colocado una jaula en el piso; abre la puerta. Salta la sombra rojiza de un
animal pequeño; luego, un rechinido.
4
Está
de pie, desnudo e inmóvil. Las piernas metidas en la tierra hasta las rodillas.
Los brazos flexionados en dirección al cielo. Sus párpados se encuentran fijos;
los ojos, expuestos, no son dueños de su voluntad.
Ve de soslayo la hoja de acero que se
acerca con rapidez a sus muslos.
No puede gritar.
Siente una nube de polvo girando entre sus
cabellos. Oye, a lo lejos, las risas de los niños, el rumor de las voces de los
muchachos, algo como crepitar de alambres… el crujido de una cáscara de nuez
entre los dientes de una ardilla.